| Descripción |
La obra de Pilar Albarracín, más que una propuesta al uso en el terreno frígido y tópico del arte contemporáneo, es una posición crítica (de tintes radicales) frente al sistema de poder y los mecanismos culturales que vampirizan los estereotipos y hacen de estos una instancia nebulosa que circula entre un pasado remoto y un presente inasible. Los estereotipos, en tanto formas culturales de gran rendimiento en los órdenes del discurso y de la subjetividad, constituyen el centro de su especulación estética. Desde ellos, y mediante sus escenificaciones y performances de envergadura conceptual y sociológica dura, Pilar Albarracín advierte del drama y de la violencia a cargo de los sistemas de dominación que convierten el signo mujer en un bien de consumo, transportable y mutable a imagen y semejanza de la autoridad masculina.
Al igual que algunas de las hacedoras feministas más radicales de los últimos tiempos, su trabajo dignifica la otredad y le atribuye al sujeto femenino la posibilidad de la enunciación que tanto se esforzó en negar el discurso psicoanalítico más ortodoxo. A tales efectos, su propuesta no abdica ante la presión de cierto moralismo conservador, que al cabo resulta un ejercicio de hipocresía, sino que apela a los recursos postmodernos del sarcasmo desmantelador y de la ironía corrosiva. De este modo logra ubicarse en el centro mismo de los conflictos y las relaciones de poder desfavorables que desea relatar, revisar y censurar, con el ánimo de establecer un comentario crítico respecto de los mismos.
Partiendo del perímetro de su propia identidad como mujer, consigue, en una maniobra de recuperación de mímesis, ser muchas mujeres a un tiempo. La resultante es un palimpsesto feminista de multitud de voces donde cobran cuerpo la gitana, la campesina, la trabajadora del sexo, la niña mancillada, la folklórica, la mujer inmigrante, entre otras muchas que ella reivindica y visualiza. Su obra, por tanto, interviene en el ámbito de la representación y disloca sus mecanismos y estrategias de consagración, tendentes (siempre) al endiosamiento del estereotipo y sus facultades manipuladoras. La obra aquí reseñada representa una escena dramática en la que una mujer yace camuflada sobre el capó de un coche de inmigrantes marroquíes. La situación se hace tensa y abiertamente sintomática en la medida en que la mujer objeto, es convertida en bulto, en materia transportable y de consumo, anulando así toda posibilidad de autonomía y de emancipación discursiva. Se opera entonces una domesticación del signo mujer que niega y coloca en el ostracismo más ensordecedor el lugar de la enunciación. Por ello, la intromisión en el plasma antropológico de sus culturas, en mano de las artistas mujeres, como es el caso de Pilar Albarracín, supone una revisión de los modelos sociales y culturales represivos y claustrofóbicos, también prescriptivos, que han asignado un papel y un rol específico al universo femenino dentro de la cultura contemporánea (Texto de Andrés Isaac Santana, Catálogo Colección CA2M, 2010).
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